30 mar 2014

El cine

Al empezar la película, alguien más entró en el cine y se sentó detrás de mí. Lo primero que supe de ella es que olía a hierba recién mojada, o tal vez a pueblos pequeños perdidos entre las montañas, o a recuerdos de niñez. Era, en cualquier caso, un olor suave, dulce, femenino. Algo que me reconfortaba. Aun así, no me atreví a mirar atrás.
Cuando el cine se quedó en silencio, pues el protagonista no sabía cómo reaccionar a la situación que se le planteaba, oí que ella cogía con cuidado unas pocas palomitas y ni tan siquiera se atrevía a masticar por miedo a interrumpir a los demás. Aquello podía demostrar, a todas luces, su educación refinada.
Cada vez que aparecía un sutil chiste en la película se reía disimuladamente, ahogaba exclamaciones ante las situaciones de peligro y casi me la imaginaba sonriendo cuando todo parecía que se iba a solucionar.
¿Qué la podría haber llevado allí? ¿Estaría sola? No oía a nadie a su alrededor, lo que podría demostrar que estaba soltera. ¿Sería estudiante? Podría ser una magnífica estudiante de arte, que iba de vez en cuando al cine porque era su verdadera pasión. Seguramente se había presentado a varios concursos con cortos cinematográficos y algún maldito perro la había rechazado.
Le gustaban las películas de ficción, claro, aunque de vez en cuando se dejaba encandilar por alguna romántica. Sin embargo, echaba de menos no poder llorar en el hombro de nadie y paseaba su pena por la ciudad buscando con la mirada a alguien que no aparecía. Ese podría ser yo.
Sus ojos verdes seguían inquietos los acontecimientos alrededor, sus labios solían susurrar palabras tristes, sus manos ágiles conocían los movimientos necesarios para tocar el violín. Su pelo claro se movía con el viento, aunque su alma nunca quisiera seguirlo.
En los ajustados pantalones que llevaba no le caía bien ni el móvil ni la cartera ni la libreta que llevaba para apuntar sus ideas. Pero, bueno, al menos su abrigo tenía los bolsillos suficientes para guardar todo eso. Su alma, como su abrigo, estaba llena de secretos.
Cuando terminó la película, por fin me decidí a darme la vuelta para observar toda la belleza que sabía que poseía. Dejé mi refresco en la butaca de al lado, quité de mis prendas las palomitas que se me había caído y me decidí a preguntarle qué opinaba de la película (a mí Blow Up me había descolocado). Las conversaciones banales siempre terminaban en algo mucho mejor. Solamente tenía que tener un poco de fe.
Me coloqué la camisa, sonreí y me di la vuelta, entrecerrando los ojos, esperando que me deslumbrara una criatura reluciente: sus pantalones eran más anchos de lo que pensaba, su camisa estaba sucia por salsas de distintos restaurantes que tal vez no deberían considerarse así, su cuello estaba grasiento, su barba tenía trozos de palomitas, su nariz era demasiado larga, sus mofletes parecían sacados de un dibujo animado. Su olor seguía siendo el mismo: creo que se había echado una tonelada de colonia de mujer, seguramente para no apestar a lo que era en realidad.
El hombre tropezó con uno de los que salían de su fila y me tiró lo que le quedaba de Coca-Cola encima. En vez de pedirme disculpas, el muy desgraciado me dijo con su voz aguda que si no le estuviera mirando idiotizado y parado en mitad del cine, no habría pasado nada. Después de destruir mis sueños de todo aquel rato, después de darme un puñetazo en el corazón, de corromper el personaje que le había creado, fue un auténtico desalmado y no pensó en mis sentimientos. Por tanto, yo no pensé en los suyos. No se lo merecía.
Fue por eso, señoría, por lo que lo estrangulé hasta la muerte. 

Objetivo: Comenzar con la frase "Al empezar la película, alguien más entró en el cine y se sentó detrás de mí", propuesta en un taller de escritura. Y, ya que estamos, imitar a Max Aub con sus Crímenes ejemplares.

18 mar 2014

Troya Naos o cómo la Ilíada sigue viva

Y, a veces, entre las clases, surge de nuevo la pregunta de qué es el arte. Qué es literatura, qué es música, qué es pintura, qué es baile, qué es cine, qué es danza, qué es escultura. Y, claro, para mí la respuesta es fácil: si me quedo callada un buen rato, lo que he visto u oído es arte. Me quedo en silencio porque quiero captar la emoción, que se instale en mi corazón, que haga que mi alma posea algo inmortal. Y hablar, hablar haría perder la emoción, pues el arte se rompe cuando hablo, se desvanece, se me escapa y es cuando tienes que darme el pésame.
La última vez que sentí con demasiado énfasis que algo era arte fue al ver Troya Naos, una obra de Eos Theatron basada en la Ilíada. Seguramente esta historia nos suena a todos y seguramente, como creía yo, te parece una de esas historias a las que miras y dices: acción, acción, guerra, guerra, muertes, más muertes, voy a caminar en dirección contraria que es más interesante la Odisea.
Supongo que eso lo pensaba porque, al comparar las dos obras originales, se hacía más llevadera la segunda. Pero también supongo que, para ser adaptada, la primera puede tener más drama y conmovernos más. O tal vez eso se deba solamente a la adaptación de Maru Bernal, que sabe darle la vuelta a cualquier cosa y acercar las historias que parecían más lejanas.
Demostrar que una obra escrita más allá de los tiempos sigue vigente hoy en día tiene mérito. Tal vez la vestimenta militar actual y los problemas de Ulises (César Marañón), Héctor (Adrián Moreno) o Aquiles (Hugo Villegas) ayudan a eso, o tal vez la humanidad y el dolor que demuestran Clitemnestra (Maru Bernal), Penélope (María Canel), Andrómaca (Sonia Rábago) o Briseida (María Rodríguez) tengan algo que ver. O tal vez son los textos, o las luces, o la música, o qué más da. La obra funciona perfectamente en conjunto. La obra es, en sí, una obra de arte.
El humo, el sonido de la guerra en la lejanía, las olas del mar, el fuego, el caballo de Troya, todo al final nos lleva a una guerra sin vencedores, una guerra en la que todos pierden, aunque los que se atreven a demostrarlo son las mujeres: las que esperan a que sus maridos vuelvan de más allá del mar para abrazarlos, para asesinarlos; las que observan la guerra detrás de las murallas temiendo que el destino alcance a su familia; las que están en la batalla temiendo el final. Ese tipo de cosas que me hacen callar.

A veces se nos olvida que la Ilíada ocurre en una playa. ¿Vas a volver a
observarlas igual?
Página web del grupo de teatro: http://eostheatron.com/

5 mar 2014

Para qué vivir o mi lista de pequeños placeres de la vida

Ese pesimismo decadentista está genial para escribir, pero no para enfrentarse a la vida. Si no estás dispuesta a escuchar consejos, personita, abandona. Si no estás dispuesta a intentar comprender, por un segundo, mi punto de vista, abandona. En realidad, este texto va dirigido a personas muy concretas. Ellas saben quiénes son.
 El objetivo del ser humano no es reproducirse como nos quieren hacer creer algunos cristianos, matar a los infieles como nos quieren hacer creer los musulmanes radicales o consumir como nos quiere hacer creer el capitalismo. El sentido de la vida es, en realidad, que no tiene sentido. Y eso, lejos de ser malo, es un regalo. Perdido el sentido de la vida, todo indica que puedes hacer con ella cualquier cosa que te propongas, que puedes adjudicarle el sentido que más te guste. Para mí, el sentido que le he creado ha sido disfrutar de los pequeños placeres de la vida, y hacer ver a las personas de alrededor que esos placeres existen. El sentido de la vida, por lo tanto, se resume en poder oler el olor a hierba recién cortada; ver la ilusión en los ojos de una persona que te importa; superarse en cualquier ámbito, con su consecuente satisfacción; echar una ayuda a los demás para que ellos, a su vez, le echen una ayudita a tu corazón; poder viajar a mundos inexistentes gracias al cine, a las novelas, a los cuadros, al arte; conseguir que tu alma conecte con el de otra persona, aunque sea por un efímero instante; encontrar la canción que parece resumir tu existencia, la que puede subirte la moral cuando sea necesario y hundirte en la miseria; observar la belleza que el mundo nos ofrece, desde las flores hasta las estrellas, pasando por las calaveras; buscar entre todos los misterios de la humanidad el que más nos conmueva e intentar buscarle cien explicaciones distintas, a cada cual más ilógica.
El sentido de la vida, maldita sea, es vivirla. Los desgraciados, los que no soportan la de ahora, los que quieren más, lo buscan en una vida posterior que, a mi parecer, no existe. Vivir la vida es respirar el aire puro y sonreír cada mañana. Claro que habrá malos momentos, despedidas dolorosas, problemas demasiado materialistas que afectan demasiado a nuestra alma. Sin embargo, la vida es lo mejor que tenemos, pues para mí sentir es una bendición, aunque sea dolor. No sentir nada es caer en la desolación, en la apatía. Si no sientes, no vives. Si no sientes, estás muerto.
Así que, anda, no me toques las narices. Contemplar la muerte como algo bello o apetecible es de valientes, desearla es de idiotas o de derrotados, de hastiados, de los que ya han sentido demasiado, de los que tienen problemas reales que los superan con creces y a los que nadie puede ayudar, de los que tienen penurias que superan sus felicidades (por duras que puedan ser las palabras, si son verdad no hay que censurarlas). Como si no te quedaran cosas que vivir y personas a las que amar. Como si no pudieras sentir la felicidad un par de veces al día. Incluso cuando los días son oscuros, hay rayos de luz que escapan a las tinieblas. Con un solo rayo, con una sola sonrisa, la vida ya tiene sentido. Eso es todo lo que tengo que decir.
Déjame meter mi frikada, y tal vez te saco una sonrisa. Por desgracia, «la noche es oscura y alberga horrores». Por suerte, la mujer roja no conoce a Fir, porque la noche también es «bella y alberga estrellas». Pues eso.
Dicho esto, aquí mi lista de pequeños placeres de la vida (es algo que suena muy Amelie, lo sé). Piensa si los has sentido. Piensa en los tuyos propios. Piénsalo mientras lees estos:
1. Oler la hierba recién cortada. Sobre todos en esos días de primavera en los que la tierra parece engendrar nueva vida, cuando los árboles florecen y la hierba parece crecer con una potencia divina.
2. Reír con las bromas (sean malas o buenas, porque ver la cara de “¿Qué narices de chiste mierda es ese?” ya me hace una gracia tremenda).
3. Leer un buen libro. Esto incluye, curiosamente, leer mi libro de Todo Mafalda comiendo pan, o abrir La ladrona de libros por cualquier página y robarle a la muerte unas pocas palabras. Nunca he vuelto a encontrar otras que me lleguen tan profundo. Nunca he conseguido que otro libro me haga sentir tantas emociones tan contradictorias.
4. Llorar con una película. O reír. O sentir miedo. En cuanto una película es capaz de producirme una emoción, aunque sea rabia, me da igual la crítica, los malos comentarios, los actores, la fotografía, todo a la porra. Ha conseguido lo que buscaba.
5. Subirme a los árboles. Y al tejado. Lo siento, es que desde ahí arriba todo parece un poco más terrenal, como si los problemas se quedaran enraizados en la tierra y yo pudiera separarme de ellos con facilidad. Mis personajes, sin embargo, me siguen. Observando mi cerezo en flor, jugando, con sus flores, sintiendo las tejas en la espalda, así puedo crear mucho mejor.
6. Ver los rayos de luna sobre la nieve. Solamente lo he visto dos veces en mi vida, pero se acerca lo máximo a la magia que aún puede poseer tu corazón. La noche, por una vez, está totalmente iluminada, pues la nieve irradia luz, la luna sonríe al paisaje, el viento intenta encontrar las hojas perdidas de los árboles. La noche, sin más, también me cautiva, da igual que sea el campo o la ciudad. La oscuridad me atrae.
7. Ver nevar. Las nubes blancas que se acercan por el cielo, los copos que comienzan a caer como si fueran micro mundos, la nieve que empieza a cuajar en la hierba, que va cubriendo los árboles poco a poco con su manto, el frío que hace alrededor, el vaho de tu acompañante mientras sonríe persiguiendo los copos que se le escapan.
8. Escuchar la lluvia sobre el tejado. En mi habitación, al menos en una de ellas, tengo un velux. Es una ventana desde la que puedes ver un pino y el cielo inmenso encima. El ruido que hacen las gotas de agua al caer sobre ella es como una nana para mí, como una melodía tocada por Apolo para que pueda caer en los brazos de mis sueños. Es uno de los sonidos más hogareños que puedo recordar.
9. Participar en una buena conversación. No sé si comprendes el término. De esas conversaciones que, por algún motivo, te agitan un poco el alma. Cuando estás hablando con una persona especial y parece que las palabras que decís cada uno forman parte de una armonía mayor; cuando en un grupo de amigos los turnos de palabra fluyen, los puntos de vista se superponen, aparecen diversas opiniones que no son duramente criticadas sino pacientemente contrastadas. Cuando recibes verdades que son dolorosas, pero que esperabas con ansia, bendiciendo la sinceridad de su interlocutor. Sí, de esas mismas.
10. Escribir cuentos, relatos, microrrelatos, chistes, experiencias, lo que sea. Siempre que escribo porque quiero, y algunas de las veces que escribo bajo obligación, es como si sintiera que puedo hacer cualquier cosa. Como si me quitara un peso de encima, como si pudiera encontrar la manera de expresar por escrito lo que nunca diré oralmente. Como si todo lo que escribiera existiera, al menos, en el mundo de las ideas de Platón, como si yo allí pudiera saberlo todo.
11.  Escuchar «buena» música. Si te preguntas por qué el entrecomillado, es porque no tengo ni idea de crítica musical. Solamente sé que hay canciones que me levantan dolor de cabeza y otras que parecen ser la banda sonora perfecta para mi vida, para mis personajes, para las situaciones en las que los meto, para los paisajes que quiero recordar. Para escribir. Para poder aumentar ciertos sentimientos y desterrar otros. Seguro que conoces ese tipo de música, aunque no concuerde con la mía. A esa música me refiero.
12.  Sentir la brisa o jugar con el viento. Es una de las pocas veces en las que el sentido del tacto se me hace mucho más importante que los demás. Poder sentir una brisa cálida, o helada, me parece maravilloso. Sentir algo que no ves, que solamente se manifiesta a través de los objetos de alrededor. Sí, te mueve el pelo, agita las ramas de los árboles, hace que los papeles salgan volando. ¿Pero acaso lo has visto? El viento no tiene color, no tiene sombra, es como si su existencia solamente la pudiera comprobar por el tacto.
13.  Hacer vídeos. No, no hago muchos, me lleva demasiado tiempo porque soy demasiado torpe. Pero me hace gracia buscar los distintos planos que necesito, todo el proceso que conlleva anteriormente para encontrar la idea necesaria, las cosas que tengo que hacer para rodarlos y la vergüenza que tengo que perder para llevarlos a cabo. Creo que hay muchas personas que lo entiende rápidamente si les digo que, si la gente ya te mira raro si vas hablando «solo» por la calle (porque no ven que llevas los cascos puestos), imagínate cómo miran cuando hablas a una cámara o actúas ante la nada, hablando a gente que aún no está ahí.
14.  Reconocer las voces de los dobladores. ¡Sí! Mucha gente se fija en los actores, pero muchos se olvidan de los dobladores. Ya que los españoles somos tan especialitos con el tema y en vez de poner subtítulos tenemos que doblar toda la película, al menos me gusta tener la decencia de preocuparme mínimamente por esas personas cuyo trabajo es poner voces a nuestros personajes favoritos, aunque nunca los lleguemos a ver. Es como si trabajasen en las sombras. ¿Te percatas de que el que dobla a Johnny Depp y Leoonardo DiCaprio es el mismo?
15.  Comer pan de gambas. Sí, es comida china. También me gusta comer palomitas en el cine, pizza de atún en el día de Eurovisión, huesitos de todos los santos en… adivina, el día de Todos los Santos. Lentejas. Filete de pollo empanado, que llamo desde pequeña «filete triscante» ante la incomprensión de la mayoría de hablantes de español. Pero sobre todo lo demás, castañas asadas y zumo de naranja. Sí, son comidas que me encantan o que me traen recuerdos, o que siempre como en cierta ocasión y son una tradición para mí que me hace recordar todas las veces anteriores que lo he comido.
16.  Resolver acertijos. Misterios. Tengo que robarle unos versos un momento a Bécquer, aguarda que ahora vuelvo:
Mientras a ciencia la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;
mientras la humanidad, siempre avanzando,
no sepa a do camina;
mientras haya un misterio para el hombre
¡habrá poesía!
     En realidad, me gusta resolverlos, pero también me da pena. Estar cavilando sobre el mismo tema mucho tiempo acaba consiguiendo que el misterio sea parte de tu vida, una de esas cosas inamovibles que no te das cuenta de que existen hasta que desaparecen para siempre. Decirles adiós puede ser un poco doloroso. Pero quedarte con las dudas suele ser mucho peor.
     16. Descubrir entre las personas de alrededor personajes de mis cuentos. Tal vez por eso estoy tan interesada en descubrir a habitantes de otros países, a gente de otras culturas, porque siempre quiero conocer nuevos puntos de vista, por muy contrarios a los míos que sean. Tal vez por eso me fijo en los erasmus, en los estudiantes, en cualquiera que parezca salirse de la norma. Tal vez por eso luego me dicen que estoy chiflada, porque sigue habiendo gente que cree que me enamoro de mis personajes y de las personas de las que los saco. Pues no, amigos míos, ellas solamente me dan sin saberlo una historia e intento plasmarla lo mejor posible.
     Ya que hablamos de esto, en cuanto una persona consigue sin quererlo que una pieza de mis cuentos que tenía perdida encaje de repente a la perfección… es una sensación tan cálida, y es tan extraño que desconocidos me hagan favores sin saberlo…
Te presento a Morgan
     17. Sentir que estoy en el hogar. He descubierto que hay lugares hogareños, circunstancias hogareñas, incluso personas hogareñas. Tal vez mis «lugares» favoritos ahora mismo son mis escritos (esa fortaleza hecha de palabras), un bosque al que le tengo gran cariño, una canción (For Pengene), el club de lectura y la cafetería de la universidad (porque estoy rodeada de buenos amigos), mi verdadera casa (demasiados recuerdos se acumulan en ella), mis amigos estén donde estén, Uve (en cualquier lugar del mundo), mi gata Morgan (si la introduzco en cualquier lugar hace que el ambiente se vuelva hogareño inmediatamente). A veces observando las llamas también siento mi corazón lleno de alegría y tranquilidad. Cada uno tiene su hogar donde lo tiene.
     18. Me encanta llegar a un sitio y comprender que miles de personas anónimas estuvieron allí, que miles de momentos mágicos pudieron ocurrir en aquel lugar. Cuanto más antiguo es el sitio más se acrecienta la sensación: imagínate qué sentía en el pecho al pasear por los canales venecianos. Es simplemente que siento que los humanos de repente estamos más unidos que nunca, como si hubiéramos decidido caminar juntos hacia el mismo lugar. Lo que deseo profundamente. Que nos demos cuenta de una vez de que somos más iguales de lo que parecemos. Que sentimos igual, que queremos igual, que tenemos miedo igual.
     19. Me encanta provocar situaciones algo surrealistas, aquellas que rompen la monotonía aunque solamente sea momentáneamente. Así, quienes sepáis la historia de la verdadera primera pregunta random deberéis comprender en este punto por qué tenía tantas ganas de darle el cuento a la chica veloz: juntemos un agradecimiento a uno de esos personajes anónimos y un momento que se sale de lo común, que tal vez recuerde en el futuro preguntándose por qué ocurrió así, y tendremos a Sar con el corazón en un puño. Saludos, de paso, a los que aguantaron mis gorritos de Navidad durante la última clase de Pragmática del año pasado. ¿Os vais a olvidar fácilmente de eso?
     20. Me encanta saber de dónde es una bandera. Por si no lo sabíais, cuando veo Eurovisión con mis padres voy gritando los países (pues suele salir la bandera) antes de que digan el nombre. La primera vez que lo hice seguro que los dos creyeron que me sabía todas las banderas del mundo. También lo hago si paso por edificios como hoteles, que suelen acumular las banderas de los países que más los visitan, o al ver las Olimpiadas, o las noticias. Las banderas son meros símbolos, pero daros cuenta de la importancia que tienen los símbolos en la historia. Si no, explicadme por qué en España se retiraron las estatuas de Franco, por qué los alemanes quieren conservar los campos de exterminio o por qué los ucranianos se han dedicado a derribar estatuas de Lenin. Hay muchas cosas sin función en realidad, pero que significan demasiado. Para que no duela, para recordar, para proteger, para ensalzar, los símbolos son muy poderosos. Dame una bandera que me guste y conquistaré el universo.
     PD. Mi favorita es la de Bután.
     La lista completa de pequeños placeres de la vida contiene 200, que si los llego a desarrollar como estos ocuparían unas treinta páginas. Como no quiero cansar a nadie en demasía, mejor paro aquí. Pero espero que el mensaje haya quedado claro. Ni tan siquiera he nombrado las cosas más importantes para seguir viviendo. Creo que estos pequeños placeres son más fáciles de conseguir, yo sobreviviría solamente con ellos. Por suerte, todo el mundo tiene algo más que pequeños placeres, aunque al principio no pueda verlo.
     Seguir luchando y nunca rendirse es, para nosotros, la mejor opción. Dime si no para qué hemos llegado tan lejos, dime si no para qué hemos sufrido, para qué nos hemos protegido, para qué hemos soñado con lo que podría llegar a ser. Lo hemos hecho porque es lo que queremos alcanzar. Aunque no lo veas aún, puedes llegar a ello. Siempre hay opciones, siempre hay personas que te ayudarán, siempre estaré yo para intentar sacarte una sonrisa, o al menos para hacer que te plantees algo. Siempre estaré para darte la chapa.
     Si quieres, coméntame tus pequeños placeres de la vida, o las motivaciones que te llevan a seguir viviendo.
     Sé valiente. Sé feliz.