Cuando iba al
instituto estaba bombardeada por las frases de profesores que decían cosas como
«¿Pero vas a desperdiciar tu inteligencia en letras?», pero digamos que había
otros explosivos más extraños aún: «¿Vas a estudiar español? ¡Ya sabes
español!».
Lo único que
se me ocurría decir era: «¿Vas a seguir viviendo? ¡Si ya has vivido! ¿Vas a
venir más al instituto? ¡Si ya has venido! ¿Para qué estudiar más matemáticas,
si ya sabes sumar, restar, dividir y multiplicar?». Me acusaban de llevar la
cosa al extremo, porque «vivir», «ir al instituto» y «aprender matemáticas»
«servía para algo» y, obviamente, estudiar lo que yo quería «NO».
Les intentaba
explicar eso de que para escribir bien hay que saber español (no digo ni tan
siquiera bien ortográficamente, sino sintácticamente o con estilo). No me
entendían. Les explicaba que hay que comprender ciertos mecanismos del idioma
para que tu interlocutor no se quedara con cara de idiota. No lo entendían. Para
todos aquellos que no lo entendían, tengo preparadas dos anécdotas para
dejarlos con cara de idiota.
El otro día,
paseando por la Magdalena, en Santander, me encontré con el ejemplo necesario. Lo
importante es que el siguiente párrafo lo leas de una vez, como se deben leer
los textos informativos que deberían ser, sí, fáciles de leer. Así que
atención:
«Mascarón de
proa original de la Marigalante, que fuera construida en Alvarado, Veracruz,
México, en los años 1980-1987, rememorando la que perteneció a Juan de la Cosa,
cartógrafo del primer Mapamundi incluyendo América, realizado en el año de
1500, embarcación que se hundiera en Haití el 25 de Diciembre de 1492,
comandada por Cristóbal Colón, con el nombre de Santamaría. Regresó a su casa
Santoña, Cantabria, 500 años después para homenajear así a tan egregio marino».
Problema según
mis amigos criptofilólogos: aposiciones asfixiantes, demasiadas comas
(asombrados de que eso pudiera estar esculpido en bronce. Su consejo: releer
los textos antes de hacer esto). Voy a intentar redactarlo de nuevo para que se
entienda algo mejor:
«Este es el
mascarón de proa original de la nave Marigalante, construida en Alvarado
(Veracruz, México, 1980-1987) para rememorar la que perteneció a Juan de la
Cosa, cartógrafo del primer mapamundi (realizado en 1500). La embarcación de De
la Cosa se hundió en Haití el 25 de diciembre de 1492, comandada por Cristóbal
Colón con el nombre de Santamaría». Y… regresó a su casa Santoña, Cantabria,
500 años después para homenajear así a tan egregio marino [esto hay que
explicarlo mejor].
No entendía la
última oración, pues seguí este razonamiento:
1.¿Quién
vuelve 500 años más tarde? ¿Juan de la Cosa? No tiene sentido.
2. ¿La
Santamaría? No, porque se hundió.
3. ¿La
Marigalante? No, porque es un barco 1987 y eso no nos deja 500 años por medio.
El error está aquí: El Diario Montañés
explicó que «la nave ‘Marigalante’ […] cinco siglos después retornaba, en la
mañana del 22 de noviembre de 1987,
a su punto de origen, gracias a la gesta del navegante y
aventurero cántabro Vital Alsar». (Enlace: www.eldiariomontanes.es/v/20121125/region/otras-noticias/bienvenida-casa-marigalante-20121125.html). No es el mejor verbo aquí:
la Marigalante, aunque era imitación de la Santa María, no era esta, por lo
tanto nada pudo regresar en realidad 500 años más tarde. Con licencia poética,
si se la queremos dar a los periodistas, sí.
Otro ejemplo
perfecto me fue proporcionado al ir una tarde con amigos para bañarnos en un
río. Fue Ángela, creo recordar, la que me señaló un cartel riéndose de lo que
ponía. Y esto era, amigos, «Prohibido defecar perros». He aquí la imagen.
El genio que
puso el cartel no se paró a pensar en que «defecar» es un verbo que se utiliza
como transitivo, es decir, que puede poseer un complemento directo. Al poner
«perros» detrás, un hablante de español entenderá que es su complemento directo
o, como diría cualquiera, que está prohibido «cagar perros». Cagar cualquier
otra cosa no conlleva la sanción de cien euros.
La cuestión es
que el cartel intenta indicar que los perros no pueden defecar. Sin embargo, no
se han dirigido ni tan siquiera a ellos (por ejemplo: «Perros, prohibido
defecar») ni a sus dueños («Prohibido que los perros defequen»), sino a
cualquiera que, al parecer, pueda defecar perros.
Ejemplos
extraños de utilización del lenguaje hay muchos, pero de estos tengo pruebas.
El problema, más que el segundo ejemplo (que para mí es cómico, pero se
entiende), es aquellos textos que son ininteligibles, como ocurre con el
primero.
Para
entendernos, señores, es para lo que sirve estudiar español. Gracias por leer
esto. Gracias por haberlo entendido.
PD. Que nadie
se sienta herido. Cada cual utiliza el español como quiere. Incluso el que
esculpió esas letras en la Magdalena. Solo apunto que, quien quiera ser
comprendido sin esfuerzos, debe ser algo más cauteloso. Si le da igual, da
igual.