El año pasado
me despedí del instituto con un discurso que tuve que pronunciar. Recuerdo
perfectamente la última frase: «Nos veremos en un futuro, en algún lugar, tal
vez dentro de unos días, o tal vez dentro de una eternidad». Hoy he llegado a
otra conclusión: quiero veros en la universidad.
Cuando terminé
la PAU y formalicé la matrícula de la universidad me tranquilicé apenas un día.
Me sentí libre con mi verano por delante, pero tenía un miedo presente en el
horizonte. Sabía que después de esos días perdidos por la playa, entre risas y
viajes, llegaría a un lugar que apenas había visto dos veces antes y donde
debería pasar todo un curso escolar.
No voy a
mentir: tenía miedo, mucho miedo, de ese miedo que no te deja dormir y hace que
des más y más vueltas en la cama. Me despertaba por las noches e intentaba
refugiarme en mis escritos (aquellos que me conozcan bien lo comprenderán).
Escribía en mis cuadernos toda clase de pesimismos:
«Me da miedo
flanquear esa puerta que me lleva hacia el futuro».
«Acaso morirán
mis personajes si la universidad es un infierno».
«Lo he
sentido. Otra vez. Esa certeza de que el futuro se abalanza sobre mí y es
imparable. No es la sensación del año pasado de algo sombrío. Para nada. Es
vertiginoso, rápido, lleno de sentimientos encontrados, de rostros borrosos y
letras quemadas.
»Todo en un
lugar que no es mi hogar. Al fin y al cabo, no puede llevarme mi casa, mi
familia o mis amigos, ni tan siquiera gran parte de mis pertenencias. Sólo me
tengo a mí y a mis historias. Echaré de menos la sensación de tranquilidad, de
estar resguardada y a salvo. Allí voy a buscar un hogar que tal vez no voy a
encontrar. Por favor, destino, protégeme siempre».
Fui a Oviedo
con mi corazón encogido, pensando que me perdería el primer día, que nadie me
hablaría, que no encontraría nada y que todo sería un desastre. Por suerte, mi
pesimismo era eso, pesimismo, no un oscuro realismo. Me di cuenta de que todos
los demás estaban exactamente igual que yo: expectantes, nerviosos,
atemorizados. Mis compañeros de la residencia me ayudaron a ubicarme,
ofreciéndome información útil que para ellos ya era harto conocida.
En clase no
tuve que esforzarme mucho por entablar amistad: comienzas preguntando de dónde
eres y acabas hablando del tema más importante de tu existencia. Se fueron
fraguando amistades, se fue consolidando el grupo y al final parece que cuando
vuelvo a Cantabria la mitad de mi mundo se ha quedado allí, con esos geniales
filólogos potenciales, con todos los estudiantes del campus de humanidades.
Debería dar
algunos consejos, tal vez para que los futuros universitarios se tranquilicen.
Yo lo habría agradecido:
Si tienes
cualquier duda, sea donde sea, sea de lo que sea, no tengas miedo a preguntar.
El primer día que tuve que ir a la biblioteca de psicología a por un libro de
lingüística no sabía ni dónde estaba. Después de pasear por las calles mojadas,
observando a los ovetenses, tuve que preguntar a unos estudiantes de aquella
facultad. Los recuerdo con gratitud, pues me llevaron hasta la puerta de la
biblioteca y me desearon suerte en mi búsqueda. Pregunté, obtuve respuesta,
conseguí solucionar el problema.
Estudia día a
día…¡no me digas que te lo han repetido muchas veces! Va en serio: te quitará
agobios al final del semestre, hazme caso. No te desesperes si no entiendes
cosas: pide ayuda. Siempre hay alguien dispuesto a colaborar. Si suspendes, no
abandones. Te contaré un secreto: el dinero no da la felicidad, y las notas
tampoco. Que muchos ocultan esta verdad, lo sé, que es difícil de creer para
algunos, también. Solamente tienes que esforzarte, esforzarte en serio, y si
has hecho todo lo que has podido y ese es el resultado…volverlo a intentar.

Ama lo que
haces. Llamadme loca, pero me motivaba cada vez que el profesor de lingüística
planteaba un problema no resuelto, o cuando el de literatura hispanoamericana
nos hablaba de las vidas azarosas de muchos escritores. Me gusta mi carrera,
estoy a gusto con las asignaturas: creo que estudiar lo que quieres es lo
mejor. Así podrás perseguir tus sueños. Alcanzar tus deseos.
No me
arrepiento de haberme ido de casa. He descubierto que el mundo exterior también
está lleno de personas maravillosas, y la universidad me ha brindado la
oportunidad de adentrarme en terrenos del conocimiento que ni tan siquiera
sabía que existían. Ha impulsado incluso mi creatividad, una de las cosas que
más temía perder. Pero, ante todo, ha conseguido que siga madurando y me pueda
enfrentar firmemente a la vida.
No te voy a
decir que deseches el nerviosismo: seguramente, como yo, no lo conseguirás.
Pero sí te digo que ese futuro que se abre ante ti lo puedes aprovechar. Pueden
ser los mejores años de tu vida, así que no temas. Encontrarás una segunda
familia allá donde vayas y comprenderás que el hogar no es una casa: es una
persona especial.
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