Ayer por la
noche (en realidad hoy, a las doce en punto) volví a pensar en escribir algo
sobre la lengua debido a una conversación que tuve en Twitter. Puede que no os
interese el tema, pero es mi blog, mío, así que aquí he vuelto. La cuestión es
que llevaba un tiempo pensando que la lengua era como un juego, un juego en el
que si no te sabes las reglas hay jugadores que se van a reír de ti. Así que
venga, comencemos por esa idea de que la lengua es un juego.
Pensé esto
porque la lengua tiene normas, reglas, esas cosas que dice la RAE y el resto de
academias de la lengua de diversos países de América. La lengua tiene reglas, ¿pero
por qué? Un filólogo (al menos eso creo) diría que es algo para mantenerla
unida, para que no se diversifique y así se pierda, para que resista al tiempo
o para que los hablantes se entiendan. Aceptable. Pero yo ahora voy a decir que
tiene reglas porque funciona como un juego.
Para poder
jugar bien a un juego tienes que jugar con las reglas establecidas, siempre y
cuando no lo hagas con tus amigos y ellos acepten tus reglas, claro. Tus amigos
y tú podéis añadirle reglas al UNO que lo hagan más divertido. Es más, en cada
lugar las reglas pueden cambiar, y puede que te guste así más el juego. Lo que
ocurre es que si hay un torneo de tal juego, hay que jugar con las reglas
establecidas.

Esto me lleva
a pensar que en realidad Internet no es un ámbito oficial, y las reglas del
juego pueden cambiar y los jugadores pueden entenderse entre sí de todos modos.
Por otra parte, la literatura tampoco tiene por qué ser un ámbito oficial. Yo
elijo escribir así para que me sigas bien, pero si quieres ser confuso,
adelante. Y qué puñetas, si quieres jugar con las reglas de la gente de tu
zona, adelante. Estás en tu derecho. Como si haces malabares jugando al UNO, a
mí qué me cuentas.
Sin embargo,
bueno, sabemos que en los juegos muchas veces nos encontramos con un jugador
que tiene que quedar mejor que el resto, el que es muy tiquismiquis y se ríe de
ti porque utilizas unas normas distintas. La cuestión es reírse de la gente por
cualquier motivo y, oh Zeus, resulta que juegas con una carta menos (porque no
diferencias la carta «s» de la carta «c»), así que muahaha me voy a reír de ti
porque soy un norteño que wooooh, las diferencia. De ese norteño a la vez se
ríe otra persona porque el norteño citado confunde las cartas de objeto directo
con las cartas de objeto indirecto. Y así unos se ríen de otros en un un ciclo
sin final que eterno es (sí, Pocahontas).
Los jugadores
tiquismiquis, por otra parte, se parten el culo de risa con las personas a las
que no les han enseñado esas reglas. Tal vez porque han tenido que trabajar
toda su vida y no han tenido tiempo para esas cosas, pero claro, jajaja, eres
un inculto. Y en vez de enseñar reglas, atacan. Porque atacar es algo del ser
humano, la naturaleza, la maldad, pero habíamos quedado en que yo hablaba de la
lengua y no de filosofía.
Inciso en el
que digo: «Siempre que hablo de la lengua tengo miedo de que los filólogos
me coman con patatas. Fritas».
Llegamos a otra
clase odiosa de jugador, que es aquel que odia el ajedrez y quiere imponer las
damas (o es que odia una lengua minoritaria y quiere imponer una de mayor
prestigio). Porque las damas son mejores y sabe jugar a ellas un mayor número
de personas. Claro, a los que organizan torneos de damas les interesa que
levante más pasiones y haya más jugadores de damas que de ajedrez, porque así
venden libros de las damas, y harán competiciones de damas, y sacarán dinero de
las damas, porque las damas molan y el ajedrez es un juego de mierda. Los
jugadores dan un poco igual y si se pelean entre sí mejor, que impongan las
reglas de las damas y que jodan a los del ajedrez
Resulta que
estos jugadores a veces manipulan y dicen a los jugadores de ajedrez que en
realidad juegan una variante de las damas y que se tienen que adaptar a ellas,
porque las damas es la forma correcta de jugar al ajedrez. Aunque sean dos
juegos distintos. Aunque cada jugador debería poder elegir a qué juego jugar.
Ajajaja. Y llegará quien diga que el ajedrez es un juego de palurdos y que
ese juego empaña la memoria de su padre que siempre jugaba a las damas, porque
claro, el ajedrez es una mierda. Si lo digo así suena muy estúpido, ¿¡cómo que
el ajedrez es una mierda!? ¡Si es un juego antiguo! ¡De estrategia! Bueno, pues
como las lenguas machacadas. Las lenguas no son nuevas y no funcionan
aleatoriamente, amigos míos.
Y nada, esas
son conclusiones mías después de tres años y medio de carrera. No tengo el
título y no podéis acusarme de ser un filólogo equivocado, chincha revincha. De
hecho, la autoridad que me da haber estudiado durante tres años y medio la
lengua española en las redes sociales es la misma autoridad que tiene mi gata.
Así que ya sabéis. Esto en realidad lo ha escrito Morgan.
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