Al empezar la
película, alguien más entró en el cine y se sentó detrás de mí. Lo primero que
supe de ella es que olía a hierba recién mojada, o tal vez a pueblos pequeños
perdidos entre las montañas, o a recuerdos de niñez. Era, en cualquier caso, un
olor suave, dulce, femenino. Algo que me reconfortaba. Aun así, no me atreví a
mirar atrás.

Cada vez que
aparecía un sutil chiste en la película se reía disimuladamente, ahogaba
exclamaciones ante las situaciones de peligro y casi me la imaginaba sonriendo
cuando todo parecía que se iba a solucionar.
¿Qué la podría
haber llevado allí? ¿Estaría sola? No oía a nadie a su alrededor, lo que podría
demostrar que estaba soltera. ¿Sería estudiante? Podría ser una magnífica
estudiante de arte, que iba de vez en cuando al cine porque era su verdadera
pasión. Seguramente se había presentado a varios concursos con cortos
cinematográficos y algún maldito perro la había rechazado.
Le gustaban
las películas de ficción, claro, aunque de vez en cuando se dejaba encandilar
por alguna romántica. Sin embargo, echaba de menos no poder llorar en el hombro
de nadie y paseaba su pena por la ciudad buscando con la mirada a alguien que
no aparecía. Ese podría ser yo.
Sus ojos
verdes seguían inquietos los acontecimientos alrededor, sus labios solían
susurrar palabras tristes, sus manos ágiles conocían los movimientos necesarios
para tocar el violín. Su pelo claro se movía con el viento, aunque su alma
nunca quisiera seguirlo.
En los
ajustados pantalones que llevaba no le caía bien ni el móvil ni la cartera ni
la libreta que llevaba para apuntar sus ideas. Pero, bueno, al menos su abrigo
tenía los bolsillos suficientes para guardar todo eso. Su alma, como su abrigo,
estaba llena de secretos.
Cuando terminó
la película, por fin me decidí a darme la vuelta para observar toda la belleza
que sabía que poseía. Dejé mi refresco en la butaca de al lado, quité de mis
prendas las palomitas que se me había caído y me decidí a preguntarle qué
opinaba de la película (a mí Blow Up me
había descolocado). Las conversaciones banales siempre terminaban en algo mucho
mejor. Solamente tenía que tener un poco de fe.
Me coloqué la
camisa, sonreí y me di la vuelta, entrecerrando los ojos, esperando que me
deslumbrara una criatura reluciente: sus pantalones eran más anchos de lo que
pensaba, su camisa estaba sucia por salsas de distintos restaurantes que tal
vez no deberían considerarse así, su cuello estaba grasiento, su barba tenía
trozos de palomitas, su nariz era demasiado larga, sus mofletes parecían sacados
de un dibujo animado. Su olor seguía siendo el mismo: creo que se había echado
una tonelada de colonia de mujer, seguramente para no apestar a lo que era en
realidad.
El hombre
tropezó con uno de los que salían de su fila y me tiró lo que le quedaba de
Coca-Cola encima. En vez de pedirme disculpas, el muy desgraciado me dijo con
su voz aguda que si no le estuviera mirando idiotizado y parado en mitad del
cine, no habría pasado nada. Después de destruir mis sueños de todo aquel rato,
después de darme un puñetazo en el corazón, de corromper el personaje que le
había creado, fue un auténtico desalmado y no pensó en mis sentimientos. Por
tanto, yo no pensé en los suyos. No se lo merecía.
Fue por eso,
señoría, por lo que lo estrangulé hasta la muerte.
Objetivo: Comenzar con la frase "Al empezar la película, alguien más entró en el cine y se sentó detrás de mí", propuesta en un taller de escritura. Y, ya que estamos, imitar a Max Aub con sus Crímenes ejemplares.
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