Uno de los
mayores temores de muchos artistas es quedarse sin inspiración. Dejar de
repente todas las páginas en blanco, todas las notas silenciadas, todas las
tablas vacías y los movimientos quietos. Dejar de sentir la vida de la misma
manera, sin sacar de ella ningún provecho artístico, ocultos en el caparazón de
sus sentimientos y de la nada.
A mí me llegó
el momento de ver morir a los personajes, ver cómo se perdían las historias en
la nada, los lugares en el olvido y los sentimientos se esfumaban. Me tocó
sentir que las letras se me escapaban entre los dedos, que se reían de mí desde
un poco más allá del papel y la tinta, que gritaban cosas demasiado dolientes y
obscenas como para reproducirlas en cualquier lugar. Me tocó mirarme las manos
y pensar que con ellas no podría volver a escribir nunca más.
La causa
podría estar en el pesimismo, en la angustia, en querer que todo salga perfecto
y desesperarme o en el día a día. Tal vez mi día a día no era duro para nadie,
excepto para mí misma; tal vez mi día a día pasaba borroso ante mis ojos, lleno
de críticas, de dudas y de estúpidas mentiras.
Tal vez,
solamente tal vez, ciertas personas se volvieron completamente claves en la
balanza que hacía mi mente entre «eres una mierda» y «eres genial». Tal vez,
solamente tal vez, dos personas superiores a mí (en el sentido social, no ético)
me trataban como si fuera gilipollas o quisieran herirme (o me lo parecía); tal vez, seguramente,
todos mis amigos me intentaban subir los ánimos intentado hacerme ver por qué
no les tenía que hacer ningún caso.
Tal vez,
solamente tal vez, hace poco me harté y tuve que hacer caso a uno de esos
amigos que pasó de su buen rollo a estar serio para decirme, en resumen, que
no debía hacer caso a gente que me podía herir. Seguramente desde entonces me
he puesto una armadura, he cogido una espada y tengo ganas de cortar cabezas,
pero seguramente me he dado cuenta de que seguir los pasos de las personas a
las que NO te quieres parecer no es la mejor opción.
Por lo tanto,
he decidido dejar de ser vulnerable ante esas personas, siguiendo mi
razonamiento: que hay muchas personas así, maldita sea. Hay tantas personas que
te repiten una y otra vez que todo lo artístico que haces es una mierda. Esas
personas que te dicen que quieren ser críticos de arte y te sueltan cosas como
que los poemas no pueden ser irregulares si quieren ser buenos, o que tienen
que rimar en consonante. Que los personajes de las novelas siempre tienen que
ser redondos, que el argumento siempre tiene que ser único. Que, aunque tú
tengas tus personajes, ideas, notas, y sepas perfectamente qué hacer con ellas,
si no lo haces como te dicen lo haces mal. Que no puedes innovar. Que es mejor
seguir los caminos que ya han sido desgastados por miles de escritores, de
pintores, de músicos, de cineastas, de bailarines. Que no puedes crear lo
nuevo.
Y, por otra
parte, hay personas que tienen algo dentro, un duende, ahire, una inquietud que
las lleva a crear, grandes o pequeñas obras, magníficas o terroríficas. Se
presenta como una necesidad de su alma, como algo que es así porque no podría
ser de cualquier otra manera. Una huida de la sociedad que no quiere
escucharte, o un refugio, o un juego. Sea por lo que sea que crean, tienen que
crear, y su creación les regala una sonrisa.
Algunas personas
se lo pasan bien destruyendo a las demás, seguramente pensando que sus palabras
hacen menos efecto del que hacen en realidad. Algunas personas no se dan cuenta
de sus actos, son como son porque nacieron así, y son capaces de matar a todos
tus personajes. Te digo, en serio, que no son dioses que pueden controlar la
vida de los demás, el arte que surge de entre las tinieblas.
No tienes que
tomarte a pecho la opinión de alguien que ni te conoce; no tienes que tomarte a
pecho las ideas que tiene alguien que jamás se va a dignar a darte un abrazo,
ni a saludarte con la mano, porque eres demasiado indigno. No tienes que
tomarte a pecho el veredicto de un jurado cuando no escojan tu arte, porque lo
que para ellos puede ser desastroso puede salvar a una persona de la soledad. No
tienes que hacer caso de lo que los demás digan de lo que haces, solamente
tienes que pararte a escucharte a ti mismo y comprender qué es lo que quieres y
qué es lo que necesitas. Si necesitas, como yo, ir corriendo a salvar a esos
personajes que te han matado, hazlo. Si necesitas componer, hazlo. Escribir,
pintar, dibujar, montar una obra de teatro, hacer una película, bailar, hacer
el maldito pino con las orejas, qué más da. Sigue firme, como una roca, sigue hacia
delante y deja atrás a cualquiera que te quiera criticar.
Y con todo esto
quería decir una cosa, que me recuerda demasiado a un escrito que tengo de hace
años. Cuando los profesores querían que fuera por ciencias, publiqué en la
revista de mi instituto una crítica titulada «Dejadnos ser lo que queremos».
Pues, señores, ya sé cuál va a ser el título de hoy. «Dejadnos crear lo que
queramos».
bra-bo.
ResponderEliminarMe alegra comprobar que has leído la entrada... y más aún, que te ha gustado.
EliminarÁnimo, Sara. Tú puedes. Déjanos conocer a Fir. Yo tengo fe en ti. Tienes una gran potencial. Lo sabes. Pero me alegro que te vayas conociendo poco a poco. Eso está muy bien.
ResponderEliminarGracias por el apoyo, a ver si encuentro ese potencial y hago algo con él. Estoy intentando conocerme (más) para madurar (aunque creo que me acabaré enfadando conmigo misma). ¡Saludos!
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